Muelle se impuso en el Madrid de los años ochenta sólo por su apodo convertido en rúbrica, una firma donde no había demasiados propósitos artísticos. La espiral terminada en punta de flecha que hacía de vector a la lectura bajo las letras, no era apropiadamente un dibujo, sino un recurso caligráfico bastante elemental.
A la larga, no tuvo mucha fortuna en aquello de colocar su creación (en realidad su nombre), tener un galerista, probar con otros soportes. Soñaba Muelle con derechos de autor, con tener un buen local y mejores instrumentos para ensayar con sus colegas del grupo de rock donde tocaba; soñaba con poder hacer en una imprenta de verdad aquellas pegatinas que esmeradamente coloreaba a mano , y soñaba buscando incansablemente el muro limpio que se viera bien al pasar.
Sus cálculos en las estaciones del metro le crearon enemigos, tanto entre el funcionario del metropolitano como entre los propios chicos del grafito, pues había quien iba detrás para emborronar la obra o algún imitador, que siempre detectaba.
Lo que Muelle no previó jamás es que su firma se iba a quedar como parte de una geografía de la que se participa sin conciencia y con mucha prisa.
Juan Carlos Argüello, Muelle, murió a los 29 años víctima de un cáncer. El profeta de los grafiteros castizos, que adornó el Madrid de la segunda mitad de los ochenta con su peculiar marca, alumbró a toda una pléyade de guerreros del aerosol que usaban los muros de la ciudad para expresar una actitud y una ética distintas a las convencionales.
Muelle había dejado de actuar en 1993,al considerar que su “mensaje” estaba ya “agotado”.
Muelle se hizo, literalmente, un nombre en las calles del Madrid de la movida. A partir de 1984 difundió su mote (que arrancaba desde la escuela, por haberse hecho una bicicleta con un muelle gigante de amortiguador) por el perfil estético de la ciudad, a través de miles de pintadas. Primero en el barrio de Campamento, donde vivía. Después por toda la Villa y Corte, e incluso por toda España. Casi siempre con nocturnidad. Al principio sus obras eran meras firmas. Posteriormente empezó a sombrearlas con colores o con dimensiones de profundidad, que le aproximaban a la estética del grafito neoyorquino. Los años de práctica también le proporcionaron unos sólidos principios éticos. Muelle fue seleccionando sus lienzos, concentrándose en superficies muy visibles, tapias de solares o vallas publicitarias(por las que sentía predilección, ya que consideraba su “mensaje” como un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade). Evitaba lugares de interés cultural o natural. Le preocupaba, incluso, el hecho de que los aerosoles que usaba se cargaran la capa de ozono. Lo suyo, como él mismo decía, era una historia carismática, democracia cultural en movimiento, corte de mangas al sistema. Voluntad de expresión de un chaval de barrio con ganas de dejar impronta, tanto plástica como sonora (aporrear los parches de su batería era su otra pasión).
No admitía bromas al respecto: en diciembre de 1985 Muelle registró su logotipo en la propiedad industrial, y nunca permitió que su nombre quedara ligado a marca o establecimiento alguno.
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